El 2 de abril del 2017, es decir, un día después del fallecimiento del poeta, mi queridísima amiga Rosina Valcárcel publicó un sentido artículo en el que, como “coda”, puso lo siguiente: «El poeta Bernardo Rafael Álvarez cuenta: Hace más de cuarenta años, aquí en Lima escribió un bello y conmovedor poema a José María Arguedas que, lamentablemente, nadie recuerda. Yo lo tuve guardado (fue publicado en un diario de la época), pero, uf, no sé qué pasó». Efectivamente: nadie lo recordaba, salvo yo.
Bueno, después de que, hace poquísimos meses, el 19 de agosto de este 2023, Eduardo González Viaña contara, también en un artículo, que a principios de los setentas acompañó al poeta en su visita a la tumba del autor de «Los ríos profundos», yo volví a recordar aquello que le conté a Rosina y me propuse, a como dé lugar, encontrar el poema aludido y, ¿saben una cosa? Otra vez -hasta hace, prácticamente, unas horas- volví a preguntar a un gran número de intelectuales peruanos, mientras, naturalmente, yo ya había empezado la búsqueda en la Biblioteca Nacional. Creí encontrar, tras la pregunta, la respuesta buscada, pero no: para todos seguía siendo un misterio aquello del poema que yo leí cuando cursaba el quinto año de secundaria, en el San Juan de Trujillo.
Pero ya, ¡por fin!, tras varias y perseverantes sesiones en los archivos de la Biblioteca Nacional, logré -después de cincuenta y dos años- lo que esperaba: ¡encontré el bendito y entrañable poema! Y, ¿saben una cosa?, me sentí no solo aliviado, sino feliz, y comencé a llamar a mis amigos para darles la noticia.
Se trataba, repito, de un poema dedicado al taita, y su título -directo- era este: «A LA MEMORIA DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS»; fue (como aparece dicho al pie del texto) escrito, exactamente, el 19 de mayo de 1971, en Machu Picchu (y no en Lima como erradamente yo recordaba); y lo hizo después de haber recorrido, más o menos durante un mes, algunos lugares importantes del Perú.
¿De quién estoy hablando? Pues, de uno de los poetas rusos más queridos, que yo más quiero y admiro; aquel que, a pesar de todo (o, aunque parezca increíble), le rendía un culto sin límites a la libertad, como lo demuestran estos versos rotundos, escritos el año 2004: «Ni siquiera en la muerte confiaré en ningún “ismo” / yo, otra vez joven y siempre libre, / arriesgando la vida, sonriente y fuerte, / volveré a caminar por el tejado, / o de lo contrario, no soy un poeta» (del poema: «Caminando sobre el tejado»). Un poeta cuyo nombre, en 1994, fue asignado al planeta 4234, que fuera descubierto en 1978.
El poema, de noventa y dos versos, culmina, inapelablemente, así: «Y yo te prometo con toda mi alma, José María, yo te juro / que el futuro / no está más allá del futuro!». Su autor, el hijo de Zinaída Yermolaievna Yevtushenko, mujer rusa que le dio su apellido, fue -ya es tiempo de decirlo- el gran poeta Yevgeni (o Eugenio, para nosotros) Yevtushenko, nacido el 18 de julio de 1932 y muerto (aunque, realmente sigue vivo) el 1 de abril del 2017.
(De este poeta, que -emocionado, vigorosamente y lleno de ternura, como me contaba Jorge Pimentel, el fundador de Hora Zero-, leyó su poesía en lo que fue el cine Colón, en la Plaza San Martín, todo el mundo solo recordaba aquel medio romanticón poema llamado «La peruana», o «Mi peruanita» que -también en castellano- fue escrito, si no me equivoco, en 1984, en Argentina; pero, lo digo una vez más, nadie sabía -o nadie se acordaba- del valioso poema dedicado al taita José María Arguedas y que apareció publicado en el diario Expreso, el domingo 30 de mayo de 1971).
11/11/2023
©
Bernardo Rafael Álvarez
***
Aquí el poema
reencontrado de Yevtushenko:
A LA
MEMORIA DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
ESTE poema a ti, José María Arguedas.
Entre las flores pálidas,
dentro del muro tú te hundes
Tú has nacido aquí,
y aquí tú
te quedas,
como la roca cansada,
por encima de
los ríos profundos.
Tú estás como siempre, sano.
Es mejor que parecer un santo.
¿Tú estás de acuerdo conmigo?
Si estás, tu cabeza inclina.
José María, ¿tú oyes?
El viento en
quechua, canta.
Para el viento es difícil
el
castellano de las oficinas.
Yo te veo,
te siento,
te
respiro.
Tú, como la tierra amarga, hueles.
Tú supieras como las sierras
que amparan a cualquier vagabundo.
Pero el globo de la tierra
todavía está lleno de
cuarteles y de cárceles,
que
son las casas de descanso
de los mejores poetas del
mundo.
El futuro se hace con las manos,
pero sin
guantes.
Sí el pasado es un río profundo,
el futuro es más profundo río.
Yo desprecio la gente
que muy
bien acomodada
en
los restaurantes
con sus armas de vidrio
grita
“¡Arriba! ¡Arriba!”.
Pero las armas de hierro
no
siempre son la salida.
Hay que profundizarnos.
Hay que
crearnos
a nosotros mismos.
Tú sabes, José María,
José María
querido,
cómo sufre la tierra
durante los
sismos.
¿Qué hacer? Yo estoy buscando,
como busca el fusil, un verbo.
Hay un verbo un poco banal,
pero si es sincero,
este
verbo es fresco,
como la
sangre,
como la yerba,
este verbo es LUCHAR.
Este verbo es un guerrillero.
Tú fuiste un guerrillero,
guerrillero que estuvo desarmado
en la selva de las mentiras,
en la selva del odio con su cara de farsante.
Tú fuiste simplemente bondadoso,
José María,
wayqey,
amado.
La bondad que no es gritona
es una guerrilla más grande.
Y gritones de los restaurantes
con cabezas de chirimoya,
acomodándose
en su agradable
niebla,
no entienden
que los Pizarros no
robaron
solamente la única joya.
Esta joya
es el corazón de la tierra inca,
el corazón del pueblo.
¡Menos palabrería!
Todo esto es una
basura.
Hay que servir al futuro,
o ruso,
o peruano.
Pero tal vez el futuro
con toda su
hermosura
se resbala de nuestras manos
como
una asustada rana.
Y cada uno de nosotros
debe ser
un río,
un profundo río
para unirnos en el océano
que nos
llama,
nos llama.
Y yo te prometo con toda mi alma,
José María, yo te juro
que el futuro
no está más allá
del futuro!
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Escrito en castellano, el 19 de mayo de 1971, en
Machu Picchu