(Y yo, ¡dale
y dale con mi poesía!)
Acaso este
poema sea
-aunque
jamás ha de llegar tan lejos-
como aquel
disco de oro (Sound of Earth)
que viaja
dentro de una sonda espacial -Voyager 1- lanzada en
1977
y que
lleva saludos grabados en más de cincuenta idiomas,
incluidos
el español y el quechua,
a ver si
alguna vez cae en manos de alguna remota raza
allende el
espacio interestelar.
No, mi
poema no llegará tan lejos. Pero
acaso como
aquella sonda,
este poema,
disparado al aire,
se
extravíe, ebrio de sentimiento,
en el
universo abismal de la indiferencia
después de
estrellarse ante la sonrisa complaciente, pero forzada,
de alguien
que sin duda lo expulsará
como papel
o trapo sucio al tacho de la basura.
Así ha de
ser, estoy convencido.
Pero yo,
¡dale otra vez con mi poesía!
Terco como
una mula.
Solo
porque una mirada bella
y
desconcertante
me atrapó
con su miel de luz y mentira, y me inspiró.
Sonrisa
desconcertante, sí,
pero
congelada en una fotografía, y que jamás, lo juro,
jamás he
de ver de cerca, real.
Sonrisa de
mujer, de carne y hueso, y de sentimientos;
pero no
aquí, frente a mis ojos, con su respiración y su piel,
sino al
otro lado del mundo, de mi mundo,
más allá
de la pantalla incitante del celular.
Con
existencia inexistente. Virtual y borrosa,
como los
sueños de amaneceres imaginados,
pero que
aun así me hace feliz, tan solo por saberla
y poder
dibujarla en mis parpadeos,
en mis
latidos
y en mis
desvelos.
Y no, no
es extravío ni precipicio,
tampoco
las radiantes, esperanzadas y vertiginosas palabras
-Kay
pachamanta niytapas maytapas rimapallasta runa simipi-
que lleva
aquel disco en el Voyager 1;
pero sí es
mi camino en laberinto y mi tardía ebriedad.
Y tiene un
nombre. Y
aunque sé
que he de resignarme
a tener
solo su nombre -bendición entre pesadillas-
me quedaré
estupefacto y extraviado,
con su
ausencia que me eriza y cuartea la piel
como
orgasmo de ángeles. Oh culto placer,
placer
oculto.
(Y aquí yo,
sin remedio ni brújula,
¡dale y
dale con mi poesía, caracho!).
***
© Bernardo Rafael Álvarez
9/6/2021