Había querido hacerlo:
un poema de canto a canto,
para cantarte como el viento canta, con
alarido felino
en un paisaje boscoso y laberíntico.
Y te canté:
ayataki por la vida
y no por la muerte, dije.
Y ahora vuelvo sobre mis pasos inseguros
para escribirte otro poema. Pero,
ojalá, como tú lo hubieras querido:
No solo un trino,
sino la confesión indecisa a media luz
del imprudente e irrefrenable empeño de
buscar lo imposible:
como fiera salvaje,
en el templo inexpugnable de tu medio feraz y
ruda ternura y
en la soledad fecunda de alisos y retamas,
simplemente amarte
y ser el osado explorador de los más íntimos
secretos
que habitan los paraísos escondidos
en el cielo infinito y sin fondo, con tibieza
y dulzor,
de tus universos abisales:
profundidad impenetrable y luminosa de tu
alma y tu carne inalcanzables,
donde hay girasoles y remolinos de almíbar
desbocados
y gemidos de deseo y esperanza.
Sí, este es mi canto nuevo:
el vagido casi apagado de la angustia
y la sed que tal vez sin ser saciada
quede como extravío y ahogo en el desierto,
a la espera de lo que jamás ha de llegar: el
oasis imposible,
y ni siquiera un espejismo
como mentira y piedad, o como sorbo de agua
salada
o de hiel.
Mi canto. Solo un canto, como respiración
pedregosa, casi un estertor alado en el precipicio.
Porque jamás llegaré a hundirme
en la divinidad candente de tu infierno.
Porque amarte solo será una melodía embravecida
pero afónica y destemplada
y el destello de las madrugadas que se
resquebrajan en el corazón mismo de la primavera.
Pero, a pesar de todo, por encima de mis
palabras temblorosas y la interrupción de mis amaneceres, serás en mí, siempre,
un poema en ascensión palpitante de fluidos
vivos y nutricios
mientras incontenible se desborda el
caudaloso río de mis sueños y pesadillas,
inundando el mundo contrahecho
que, generoso, no le niega abrigo a mi
corazón que jadea y tropieza
en este suelo de pantano que me soporta,
mi casi inventada, distante e imposible flor
silvestre y luz.
© Bernardo Rafael Álvarez
22/10/2022. 17:11 P. M.