Si le dan una
miradita a mi diccionario pallasquino (EL HABLA DEL CONSHYANINO. Diccionario
del castellano de Pallasca),
en la página 214 encontrarán esto: "TRATAR. Resondrar, reconvenir
airadamente (o de 'malas maneras'), regañar, a alguien. Obviamente proviene de
la frasecita 'tratar mal', de la que por una suerte de 'economía expresiva' se
ha preferido elidir el adjetivo 'mal', sin que por ello -para el pallasquino-
el significado de la expresión varíe. De esto se generó el posverbal 'trata',
que suele usarse de este modo: 'Le dio su trata' (es decir, lo resondró). Según
el DLE, en Nicaragua este verbo es usado con el significado de 'regañar'; es
decir, como en Pallasca". En otras palabras, decir en Pallasca "le
dio su trata" es lo mismo que: "le dio una gritoneada de Padre y
Señor mío", con lo cual, obviamente, ni ganas tendrá -el sujeto "zarandeado"-
de repetir la tontería que le generó esta embarazosa situación.
Cuando Ugo
Carrillo, hace unos meses, me mostró su libro, recién publicado, TRATANAKUY-K'AMINAKUY.
La guerra o competencia ritual de los insultos en el mundo andino,
y tras darle una ligera ojeada a sus páginas, me surgió una certeza, y le
comenté sobre lo que acabo de decir: del significado de "tratar" en
Pallasca y su asociación semántica con el "tratanakuy". De lo que no
pude hablarle es del "k'aminakuy", porque (a pesar de que me dijo qué
es lo que significaba) me quedé completamente intrigado especialmente porque yo
creía ver el vocablo "camino" como la raíz del vocablo quechua.
Bueno, vayamos al
grano. "Tratanakuy" o "K'aminakuy" es -como aparece en el
título del libro de Carrillo- "la guerra o competencia de los
insultos", que es tradicional en algunos pueblos de la Sierra peruana,
especialmente en el distrito de San Juan (provincia de Huamanga, Ayacucho),
donde se usa el primero de los nombres mencionados; y también en dos centros
poblados de la provincia de Urubamba (Cusco): Phiri, en el distrito de
Ollantaytambo, y Ccollana-Cheqerec-Cruzpata, en el distrito Maras, en los que el
nombre usado es el otro de los que aquí aparecen.
Como se ve, ambos
vocablos quechuas terminan en "nakuy" que, obviamente, es un sufijo.
En castellano, tal elemento equivale al "se", que es la forma átona
de "él", forma reflexiva o recíproca de los pronombres en tercera
persona. El otro elemento de los vocablos en cuestión es -creo que ya se
entendió- un verbo. Ya dije que la tradición de que estoy hablando (que se da
en algunos pueblos de Ayacucho y Cusco) es una competencia de insultos; bueno,
pues, el verbo es insultar, y el sufijo referido lo convierte (pero en quechua,
naturalmente) en esto: insultarse, insultarse recíprocamente (competencia,
pues). "Tratanakuy", "k'aminakuy": insultarse mutuamente
(pero, en estos casos, no precisamente con voluntad agraviante). Es una
competencia, a la que, por decir algo, la calificaría de muy curiosa,
"atípica", nada común.
Las competencias,
las "guerras", los enfrentamientos, se han producido en todas las
épocas y lugares. En el deporte: el fútbol, el boxeo, el sumo, el ajedrez, etc.
En la política: los debates. En las relaciones familiares: la discusión
respecto de distintos problemas por resolver. En la justicia: los careos para
arribar a soluciones respecto de asuntos en litigio. Y aquello a lo que no sé en
qué rubro ubicar: lo que ocurría en el coliseo romano, la sangrienta pelea
de gladiadores.
Ahora, en cuanto a
costumbres populares, también. En Chumbivilcas (Cusco), por ejemplo, en estadio
repleto de público enfervorizado, el 25 de diciembre de cada año, se desarrolla
la competencia conocida como "takanakuy": parejas de hombres y de
mujeres se enfrentan a trompada limpia, claro, con la presencia de
"referees" que son los que deciden cuál de los contendientes es el
ganador, y oportunamente los separan para que "la sangre no llegue al
rio"; al final, los adversarios se abrazan. "Taka" es trompada o
puñete; es decir, "takanakuy" es el enfrentamiento a golpes, a
trompadas. Esta costumbre también se da
en Bolivia (como parte de la Fiesta de la Cruz, en mayo), pero su nombre allí
(norte de Potosí y sur de Oruro) es "tinku", que en quechua significa
"encuentro".
Y
así de rudos son, también, los tradicionales encuentros que, año a año, se dan
en la provincia de Huancavelica (con ocasión de la Semana Santa; concretamente,
en Sábado de Gloria), en que parejas de varones se disputan el amor de una
joven mujer (“pasña”, en quechua) o resuelven algún otro tipo de problemas
personales. Esta costumbre, que se ha convertido en una suerte de ritual (cuya
antigüedad, sin duda muy lejana, es difícil de precisar) se conoce como
“cuchuscha”, vocablo quechua que –digamos, convencionalmente- es traducido como
“medir la fuerza” pero que, literalmente, podría entenderse, más bien –creo
yo-, como “darse de codazos”, ya que su raíz (“cuchuch”) significa precisamente
“codo” (cf. González Holguín). El duelo
–que es acompañado de aplausos, silbidos y estímulos verbales de un público
frenético, y los acordes melodiosos de harawis- se desarrolla dentro de un
reducido espacio, un círculo dibujado en el piso, curiosamente llamado “champa
ticray” (“voltear el césped”, o “voltear la tierra con césped”): y pierde aquel
que es expulsado de ese círculo, por la contundencia de los golpes recibidos. El
final de la contienda normalmente se sella con un abrazo de amistad.
En la noche del
martes de carnaval, en el pueblo de Cañar (en Ecuador), antiguamente "se
desarrollaban las famosas peleas rituales que los indígenas conocían como
el pucara", cuenta Belisario Ochoa; se enfrentaban "el
bando de los runas del hanan saya" con "el bando de los
runas del urin" (los de arriba y los de abajo). Terminaba
cuando resultaba claro que había un "vencedor, es decir, hasta cuando la
sangre haya caído a la tierra, en señal de ofrenda”.
En algunas zonas
rurales de Cuba también había enfrentamientos, pero sin crueldad, según refiere
José García de Arboleya. Ocurría especialmente en las fiestas de pascua y en
los “días del Santo Patrono del pueblo"; los concurrentes a la festividad
se agrupaban en dos bandos cada uno de los cuales elegía a su reina ("la
muchacha de más simpatía, por su gracia, su hermosura o su buena
estrella"). Esto generaba "rivalidades muy divertidas entre las
reinas del bando punzó y la reina del bando azul y
sus improvisados vasallos". Cuando ya estaba decidida la victoria de una
de las partes, la reina triunfante hacía un obsequio a su rival, y finalmente
ellas y sus "súbditos" hacían las paces bailando”. Todos
felices, sin nada que lamentar.
En mi provincia,
Pallasca, hasta hace muchas décadas (principios del siglo XX), en un
determinado día (el último, probablemente) de las celebraciones patronales, en
uno de los distritos, los pobladores de los barrios "de arriba" y los
"de abajo" se agarraban a pedradas y a veces también en peleas cuerpo
a cuerpo, dizque para resolver las rencillas y rencores, por cualquier motivo,
que durante el año se hubieran generado. Tengo entendido (no lo he confirmado)
que, si al menos una persona terminaba mal herida (o acaso muerta), el comentario
general que circulaba después, respecto de la festividad aquella, era
celebratorio: "¡Qué fiesta más buena, caramba!"; si no, todo era
lamentaciones y rajes.
Ah, pero
(volviendo a lo que solemos entender como estrictamente folclórico: la cultura popular,
lo que es edificante, la riqueza espiritual de los pueblos), también ha habido
y hay aún otro tipo de enfrentamientos, pero estos, sí, nada lesivos: no
trompadas ni pedradas, o cosas por el estilo. En Ayacucho, por ejemplo, es muy
conocido el contrapunto de danzantes de tijeras, para ver cuál de los
contrincantes efectúa los pasos y acrobacias más impresionantes e increíbles; a
todo lo cual, va unido lo delicioso e inefable de la melodía, una melodía
polícroma cuyos acordes nunca se repiten, interpretada por dos músicos: un
violinista y un arpista. ¿Saben cómo se llama en quechua esta hermosa,
significativa y ejemplar "pelea"? "Atipanakuy": competencia
o contrapunto. Sin duda, el indicio más convincente, para poder encontrar el porqué
de este vocablo, está en lo que nos dice Diego González Holguín, en el Vocabulario
de la Lengua Quechua (aquí la transcripción textual): Atipani
atiparccuni: “En riñas y pleitos o disputas y en dificultades, y en obras poder
salir con todas”; atipacuni: “Porfiar, o disputar, o contradecir con razones”;
atipacunacuni: “Porfiar, o contradezirse unos a otros, o disputar”. En lo
citado están presentes estos conceptos: disputar, porfiar, contradecir y riña;
pero también esto: el “poder salir con todas”. Esta es la significación que
encuentro (o, si se quiere, la traducción): tras porfiar y contradecir en una
disputa o riña, salir airoso. Eso es el “atipanakuy”, pues; una competencia en
que los danzantes enfrentados, derrochan esfuerzo, habilidad y talento, para
hacer lo mejor y, así, resultar triunfadores. Ah, pero no solo eso. Los
danzantes (“danzaq”, en quechua) también hacen las más asombrosas y
escalofriantes demostraciones de facultades que, según el rico imaginario
popular, han sido logradas gracias al influjo del “demonio”, o porque llevan
metido en el cuerpo el espíritu mágico del “wamani”, que es el dios de los
cerros. Después de cumplidas dos pruebas iniciales (según cuenta José Carlos
Vilcapoma),
“de cuerpo” (plasticidad y resistencia física), y “de pasta” (“poderes mágicos,
chamánicos y brujeriles”), pasan a la más ruda, la “prueba de sangre”:
faquirismo e ingestión de sapos y culebras. Pero también –antes de estas
pruebas, y durante- se dan los enfrentamientos colectivos de imaginativos,
hilarantes y desvergonzados agravios verbales: el “tratanakuy” (“Tienes la
entrepierna como arco de tijeras”; “¡Tienes la vagina vacía como casa robada!”,
etc.). De la mano, pues: “atipanacuy” y “tratanakuy”, que nunca terminan con
consecuencias perjudiciales. Cultura popular, pues.
Otro
enfrentamiento también sin la perversa violencia y, obvio, carente de finales o
consecuencias nefastas, y sí con mucha alegría, es el que se da en el marco del
carnaval cajamarquino. Ah, y por si acaso, es "patrimonio cultural de la
Nación" (declarado el 27 de junio del 2017). Me
refiero a la "copla y contrapunto" que, según la resolución
declarativa, es "resultado de la apropiación de géneros líricos asociados
al romancero español resignificados durante las etapas colonial y
republicana" y se ha convertido "en uno de los pilares fundamentales
para la afirmación de la identidad cultural de la región". Es una
seguidilla de, efectivamente, coplas satíricas cantadas en contrapunto,
generalmente entre un hombre y una mujer. Se dicen cosas como esta: La mujer:
"Cómo quisiera tener el poder de una congresista, / defender a la mujer de
tanto hombre machista"; el hombre contesta: "Si quieres ser
congresista afíliate a mi partido, / una semana conmigo y verás lo que has
aprendido".
Y algo,
extremadamente divertidísimo, es lo que ocurre en Parco Alto (centro poblado
del distrito de Achonga, provincia de Angaraes, en Huancavelica), también en
carnavales. Dos grupos, en contrapunto,
uno de mujeres y otro de hombres, todos jóvenes, mientras bailan -y sin perder la
sonrisa, la alegría- van cantando breves canciones o coplas, siempre con el
mismo ritmo y melodía, a través de las cuales se lanzan mutuamente mensajes
retadores y burlones, en doble sentido (generalmente de connotación sexual) lo
que, naturalmente, causa desenfrenada hilaridad y regocijo en la gente que
atestigua la simpática "riña". Después de repetir "cutichicuy,
cutichicuy", se dicen -en quechua- cosas como estas (muy expresivas, sin
duda): "No quiero a tu hija vulva pelada", "No quiero a tu hijo
huevo desinflado"; "Dame tu chu... dame tu chu... Para mi pi... para
mi pi..." El nombre de esta competencia es precisamente la expresión que
allí se repite como estribillo: "cutichicuy". El prefijo
"cuti", obviamente proviene de aquello que tiene que ver con
"dar vuelta" o "devolver". En González Holguín encuentro
esto (lo transcribo tal como está): Cutini: "bolver allá el que
vino"; cutipanacuni: "porfiar vnos con otros riñendo a bozes (...) contradezir
sin reñir"; cutipaccuni: "contradezir y oponerse o cutipani".
Estuve a punto de
incluir, como una muestra más de estos enfrentamientos, a la tan famosa
“Tomatina”, que todos los años, en el mes de agosto, se realiza en Buñol
(Valencia, España), y durante la cual se llegan a inutilizar decenas de
toneladas de tomates (cultivados especialmente para la ocasión, y que, según se
dice como justificación, no son tan buenos para el consumo usual) en una suerte
de “guerra total”, de la que felizmente no resultan muertos ni heridos. Pero
no, no corresponde a la característica esencial de lo aquí tratado. No es un
enfrentamiento, no hay disputa alguna, no hay contrincantes. Es, digamos, una
“guerra de todos contra todos”; en realidad, solo la inmersión colectiva en un
trance catártico cuya única finalidad es divertirse del modo más intenso
posible, nada más. (Ah, vale hacer una precisión: Precisamente -para evitar
daños en las “víctimas”, pues se trata de eso, solo de una diversión- los
tomates son lanzados después de haber sido triturados con las manos; así,
todos, los miles de participantes que terminan todos cubiertos de rojo, sin
rasguño alguno, celebran al final con carcajadas a mandíbula batiente, sin
odios, rencores ni amenazas).
Bien. Lo dije
antes: El “tratanakuy”, es una tradición que se desarrolla en Ayacucho, especialmente
-entre otros pueblos- en el distrito de San Juan (provincia de Huamanga); y el
“K’aminakuy”, principalmente en el distrito de Ollantaytambo (Urubamba, Cusco).
No puedo precisar desde cuándo exactamente, pero -según la información que
tengo- el “k’aminakuy” comenzó a practicarse recién, en el presente siglo,
posiblemente (no me atrevo a afirmarlo con certeza) como una imitación, o por
inspiración, de lo que se hace en Ayacucho; es una suerte de ritual que se
realiza durante uno de los días de carnaval, en febrero, en Phiri y en
Ccollana-Chequerec-Cruzpata. En cambio, el “tratanakuy” sí es de más larga data
y se practica durante la noche de San Juan (23 de junio) y también en días
posteriores, con motivo de la festividad de San Pedro, en Huataca (Paucar del
Sara Sara); pero, aunque hay por ahí un trabajo de investigación (Torres
Rodríguez y Apaico Alata)
que pretende explicarlo y señalar su origen, yo estoy convencido de que es
imposible afirmar, a ciencia cierta, cuándo realmente comenzó. Una referencia
lejana (1933), muy ilustrativa, que yo he encontrado es la novela Huámbar
Poetastro Acacautinaja, de Juan José Flores (en mi opinión, la mayor y más desenfadada expresión del humor andino en la literatura peruana, y el libro -orgánicamente construido- más ambicioso y renovador, escrito y publicado en el Perú, después de Trilce), en que ya aparece prácticamente el “tratanakuy"; por ejemplo en el diálogo nada apacible ("lleno de insultos rituales y carnavalescos que en los andes tienen una tradición y que reciben el nombre de 'tratanakuy' o competencia de insultos") de Huámbar, el
personaje principal, y su amante Aledaida (transcripción textual): “Retírame de aquí (asuhuay caymanta)
“desuella tracero” (illuchi siqui) “qué cosa también me haré (imatapas
ruracusacc) “¿para mi ají, para mi sal, tú gente has sido?” (uchupacccho,
cachipacchoccam runa carccanqui), “lo que me he desperdiciado, me he
desperdiciado contigo” (usuccaytam usurccani ccamhuancca); “Qué tal insolencia
de esta mujer “dos tracero” (iskay siqui), “picante cabeza” (hayacc uma). Sal de
allí y vámonos, o te rompo las costillas”. (Si bien este intercambio verbal no es llamado precisamente "tratanakuy" en la novela, el nombre dado a la secuencia es muy expresivo: "Los insultos y la paliza"). Y lo más remoto es lo que aparece
en La Nueva Crónica y Buen Gobierno de Felipe Guaman Poma de
Ayala (La Fiesta de los Chinchaysuyos, fojas 323),
y lo transcribo inalterablemente: “La Fiesta de los Chinchaysuyos se
llama uauco cantan las doncellas y mosas dizeaci tocando
su tambor: mana faruscha ricchomaquillayquin huaucuycaonqui; mana
luycho amicho –sincallayquip uaucuycaconqui; uayayay turilla – huayayay turilla responde
el hombre soplando la cauesa del uenado y toca aci: uauco uauco uauco
uauco – chico chico chico chico – Y los uacones dize aci: panoyay
pano panoyay pano rresponde el hombre: yahahaha yahahaha cusipatapi
acllay uarmiricoclla hayacay patapi llamapata ricoclla yahahahaha…”. Es un enfrentamiento verbal sin altisonancias entre hombre y mujer, cantando quizás a manera de una qashwa ("cachiua", dice Guaman Poma); que, en buena cuenta, sería como el “tratanakuy” o
“k’aminakuy” o, más exactamente, como el "cutichicuy" de
Huancavelica (porque es cantado, alegremente). Se trata, pues, de intercambios verbales
que bien pueden ser considerados como los más lejanos antecedentes de lo que
hoy se hace en Ayacucho, Cusco, Apurímac y Huancavelica. No son, sin embargo (es lo que creo), las primeras manifestaciones, registradas históricamente, de los rituales que hoy en día conocemos; podemos hablar de alguna semejanza, pero nada más. Tal vez sea sea imprudencia, pero yo me atrevería a afirmar (con cargo a una futura corroboración o
descarte) que el “tratanakuy” y el “k’aminakuy” (propiamente rituales del humor en los Andes peruanos, y no un simple desborde de frases ofensivas), son en realidad
creaciones contemporáneas, y lo que se practicaba allá en otros siglos solo son, repito, sus antecedentes más remotos.
Lo que, por ahora
-antes de continuar- puedo decir, ya convencido, es que estuve completamente
equivocado cuando creí que "k'minakuy" era una palabra quechua con
prefijo castellano, "camino”. No. Es estrictamente una palabra
perteneciente a la lengua ancestral de los Andes (lexema y morfema quechuas,
sin discusión). La que sí está construida con la asociación ya irreversible de
dos partículas originadas en lenguas distintas (la del vencedor y la del
vencido) es, como ya se vio antes, "tratanakuy": su raíz es
"trata" (de "tratar": insultar, ofender verbalmente), que
es voz castellana; y el sufijo es quechua, "nakuy". (¿Podríamos
afirmar que es, en realidad, una palabra castellana "quechuizada"?
Sí. Realmente lo es.).
“Tratanakuy”,
“k’aminacuy”: insultarse mutuamente. ¿“Insultarse”?
Vayamos al recurso
elemental y más sencillo: el Diccionario. ¿Qué es insultar? "Ofender a
alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones (DLE). Proviene del
latín insultāre: “saltar contra”, es decir, “asaltar”, que es “acometer
repentinamente y por sorpresa”; esto, naturalmente por una asociación basada en
la analogía, se convierte en “ofender”, ya que una ofensa es generalmente
inesperada, es como un "asalto" al amor propio, a la dignidad de una
persona.
Insultos o, mejor
dicho, un súbito y fugaz contrapunto de “ofensas” magistrales, fue este: el de
Bernard Shaw y Winston Churchill. El primero fue, efectivamente, una ofensa que
provocó e irritó al receptor; y el segundo, que fue la réplica, portó la misma
dosis de carga provocadora e irritante. Pero, ninguno de los dos
"agravios" cayó en la grosería ni la bajeza, por eso, con justicia,
son recordados. El dramaturgo irlandés le envío una invitación escrita a
Churchill, en los siguientes términos: "Tengo el honor de invitar al digno
primer ministro al estreno de mi obra 'Pigmalión'. Venga con un amigo, si es
que lo tiene". La respuesta no se hizo esperar y fue igual de mordaz e
"hiriente": "Agradezco al ilustre escritor la honrosa invitación.
Lamentablemente no podré asistir a la primera función; pero sí iré a la
segunda, si es que la hay". ¡Geniales! Orfebrería fina: filigrana.
¿Quién, alguna
vez, no ha insultado a alguien, motivado por una cólera irreprimible o “por
quítame estas pajas”? Todos, creo que hasta los santos. Ya
cité a dos personajes famosos que no se sustrajeron a la tentación -haciendo
uso espléndido de una ironía urticante- de infligir una contundente punzada,
recíproca, en el orgullo más preciado de ambos. Así como ellos -escritores los
dos- hubo otros literatos que también hicieron lo mismo, con objetivo o
destinatario real, de carne y hueso, o -en el terreno de la ficción- creando
entre sus personajes a los ofensores y a las víctimas. Gustave Flaubert llamó a
George Sand "gran vaca llena de tinta"; Virginia Wolf dijo de James
Joyce que era "egoísta, insistente, teatral y nauseabundo"; H. G.
Wells calificó a Bernard Shaw como "un niño idiota gritando en un
hospital". El más famoso personaje de Cervantes, le suelta esta inclemente
andanada de escupitajos verbales al noble Sancho Panza, al que culpó de haber
ofendido a Dorotea: “¡Oh bellaco villano, malmirado, descompuesto, e ignorante,
infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! (…) ¡Vete de mi
presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de
embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces,
enemigo del decoro que se debe a las reales personas!”; el Rey Lear -en la
tragedia del mismo nombre, escrita por Shakespeare-, a su hija Goneril le espeta
-inmisericorde- este terrible e imperdonable vituperio: "Eres un tumor,
una llaga que supura, una úlcera inflamada en mi sangre corrompida". Y,
así, pues, comprobado queda que no todo es lecho de rosas en este mundo (el que
nos rodea y el que inventamos), que no solo son lisonjas lo que nos obsequiamos
los humanos. También hay ortiga y agravios en nuestro planeta.
No creo que el
insulto haya llegado a institucionalizarse, o que -como se dice ya usualmente
ahora- esté normalizado, o algo así. Pero, no me lo van a creer: si bien, aún,
a nadie se le ha ocurrido la idea (eso creo) de fundar una escuela o academia
de insultos, lo que sí existe ya es al menos un libro, casi un manual, hecho
expresamente "para insultar con propiedad"; una publicación (del
2016) que reúne más de dos mil insultos, recopilados de "diccionarios,
legajos, textos literarios, pasquines y del uso coloquial del habla". No
se trata precisamente de un repertorio de frases, sino de vocablos que en
distintos países de habla hispana suelen ser empleados para lastimar moralmente
al prójimo. Lo interesante es que gran parte de las palabras que
aparecen en este diccionario (publicado en México)
no son comunes ni menos vulgares, sino, más bien, digamos de un nivel medio
culterano (muchas, incluso, son de varios siglos atrás); a qué nos lleva esto: a considerar que si, por
ejemplo, fuesen dichas, con intención agraviante, en el Perú, a una persona, es
probable que esta, en lugar de sentirse ofendida experimente, más bien, un
estado de desconcierto, ¿por qué?, porque es posible que no llegue
a entender ni jota. Algunas de las palabras incluidas allí son estas:
abusionero, abandonista, suripanta, temperete, absentista, deyecto, ocotudo,
torgado, acerbo, acerado, verriondo. ¿Para que generen el efecto buscado, haría
falta algo? Creo que sí: que sean dichas con entonación y gestos adecuados al
propósito, tal vez con violencia, con ira, con ademanes amenazantes, porque de
otro modo resultarían completamente inocuas: insulto frustrado, un fiasco.
¿El “tratanakuy”,
el “k’aminakuy”, llevan consigo violencia, ira, amenazas? En el libro de Ugo
Carrillo encuentro que todas las frases recopiladas (en pueblos de Ayacucho,
Cusco, Huancavelica y Apurímac) tienen algo en común: comienzan de la misma
manera, con las mismas palabras, las cuales, en buena cuenta, se comportan como
una advertencia respecto del mensaje. Veamos: “Qamtachu qamtachu nisunchi…”,
que en castellano significa “De ti, de ti dicen…” (dicen “que los piojos
retozan en tu frente”; dicen “que brincas suplicando auxilio cuando tu mujer
tiene ganas de mear”; dicen “que arrugas la boca, como gato estreñido”). Sí,
pues, una advertencia, con la cual el emisor hace notar al receptor que quienes
hablan pestes de él y afirman que es así o asá, son otras personas, y que lo
único que está haciendo es darle la información, contarle el chisme; y, debido a que el uso de la “advertencia” es una
fórmula puesta en práctica por los dos, ninguno -en rigor- se comporta como
sujeto agraviante u ofensor. (¿Hay lugares u ocasiones en que tal fórmula no es
empleada? Desconozco. Pero, sea como fuere, el carácter festivo jamás es puesto
en entredicho).
Respecto del
significado de “tratanakuy” y “k’aminakuy” (“insultarse mutuamente”), me hice
esta pregunta: ¿“Insultarse”? Aquí la respuesta: no. Y no solo porque las
palabras de advertencia a que me referí (“Qamtachu qamtachu nisunchi…”) anulan
o reducen ostensiblemente la carga ponzoñosa en las frases que expresan los
contrincantes, sino porque –sí, definitivamente- esta suerte de rituales, que
ya se han convertido en tradición en diferentes pueblos del Ande peruano, no
son expresiones de odio ni de revancha, sino una explícita muestra de que el
hombre andino no es un ser esencialmente triste, deprimido, como equivocada y
malsanamente algunos quisieran hacer creer. Como muchas otras prácticas
costumbristas, el “tratanakuy” y el “k’aminakuy”, tienen básicamente una
finalidad: el divertimento, la alegría esperanzada y fecunda de los pueblos. No
hay, tampoco (estoy convencido), en estos rituales, el propósito (adusto,
solemne, mojigato) de ser una suerte de “aquelarre moralizador”; no es como se
afirma en un estudio (al que aludí en uno de los anteriores acápites),
un mecanismo de “control social”, dizque para corregir errores o “conductas no
deseadas”. El intercambio hilarante de insultos lo que pretende es generar
–como corresponde- carcajadas, regocijo; no está presente, allí, una autoridad
disciplinaria en actitud amenazante, dispuesta a “desfacer agravios y enderezar
entuertos”. Eso se hace en cualquier otro
momento y lugar, no en la fiesta. (Es un enfrentamiento, sí, pero no como lo es
un encuentro deportivo, un debate de políticos, una discusión familiar o el
careo de testigos en una audiencia judicial; tampoco se trata de algo parecido
al encuentro de un pecador con su confesor, de quien -después de
sincerarse- ha de recibir la absolución y un "vete, y no vuelvas a
pecar"; igualmente es un error afirmar -como lo hizo nuestro recordado
Reynaldo Martínez Parra- que el "tratanakuy" es una "modalidad
paremiológica", pues no es intercambio de refranes lo que se hace).
El
"tratanakuy" o "k'aminakuy" es, sobre todo, una fiesta; muy
particular -es cierto-, pero eso es lo que es: una fiesta. Celebración del humor en los Andes peruanos. Los pueblos andinos,
nuestros pueblos -como todos- son alegres, festivos, cuando de celebrar se
trata, naturalmente; y, obvio, cuando las circunstancias son nefastas, es
comprensible que el dolor y la tristeza estrujen su alma, pero jamás llegan a
caer en el hundimiento moral y emocional: tienen la suficiente fortaleza para
sobreponerse ante los temporales y seguir adelante con optimismo; saben, están
convencidos, que cada nuevo día es una hechura de la fe y del trabajo de todos.
Nuestros pueblos no son diferentes, y no tienen (no tenemos) por qué ser vistos
como tales, ni menos como una raza inferior, y tampoco ser sobreprotegidos.
Nadie es superior y nadie es inferior a otro. Afirmar lo contrario es absurdo y
está lejos, absolutamente, de la verdad, y decirlo es además infamante. Así,
sin ninguna duda. (¿Convendría, tal vez, a quien tenga una visión oprobiosa de
los pueblos, convocarlo y hacerle participar, como protagonista, en un
"tratanakuy" o "k'aminakuy", a ver si es capaz de soportar
el rudo contrapunto de insultos? No lo sé; yo solo pregunto).